Por Eliahu Toker
La lengua hebrea es un instrumento poderoso, expresivo y musical. Poderoso, porque en ella se escribió, allá a comienzos de la civilización judía, una fascinante biblioteca mítica, sagrada y secular, la Biblia hebrea; moduló luego una parte de esa enciclopedia de la interpretación y la polémica de los sabios del Talmud; más tarde produjo una cantidad de poéticas plegarias medievales, para sumergirse después, y durante muchos siglos, en una suerte de hibernación de la que fue rescatada recién a fines del siglo XIX. Lengua expresiva porque en su más honda memoria el hebreo guarda acordes bíblicos que poetas y prosistas seculares modernos entonan a menudo, evocando una expresión del Génesis o del Cantar de los Cantares, a veces hasta cambiando una palabra como un guiño de inteligencia hacia un lector que le descubre un nuevo matiz al texto consagrado. Y es una lengua musical porque resuenan en el hebreo voces de todas las épocas, es al mismo tiempo un instrumento flexible, abierto todavía a la creación de términos y expresiones en un país en plena ebullición ideológica, cultural y política.
Amos Oz decía en un reportaje: "Con los años entendí que no quiero reducirme a escribir prosa austera o barroca; lo que quiero es utilizar todo el diapasón. Cuando lo creo necesario, empleo las palabras más recónditas y olvidadas, y que vaya el lector a consultar el diccionario; no me importa. Y lo hago no para demostrar nada, sino porque tengo a mi disposición una orquesta entera y puedo emplear todos los instrumentos musicales del rico idioma hebreo". Esta reflexión venía a cuento de su novela La caja negra, que constituyó un punto de inflexión en su obra. A partir de ella comenzó la búsqueda de un idioma menos florido, más cotidiano, más propio del personaje que del autor. Seguía diciendo Amos Oz acerca de La caja negra: "Es una novela en cartas, en telegramas, de modo que hablan solo los personajes y yo callo. Quise oír en forma muy mimética el modo en que cada uno de ellos se expresa. De igual manera, en una novela como El mismo mar, el lector encontrará la música del libro de los Salmos al lado del lenguaje talmúdico y el del Medioevo, y encontrará el lenguaje urbano telavivense más actual; hay de todo, depende de quién hable. Y no me importa orquestarlos uno al lado del otro y hasta gozo haciéndolo".
Amos Oz suele decir que es más viejo que su país. Efectivamente, nació en Jerusalén en 1939, casi un decenio antes de la proclamación del Estado de Israel, pero su obra pertenece a una generación nacida a la literatura hebrea en los años sesenta; una generación que participó en esos años de todas las guerras de Israel y que en la década del setenta constituyó el movimiento Shalom Ajshav (Paz Ahora), encabezado precisamente por tres escritores: David Grossman, Abraham B. Yehoshúa y Amos Oz. Los tres dedican buena parte de su tarea literaria, periodística y ensayística a defender esa postura, pero es Amos Oz quien lo hace de un modo más agudo y sistemático. Si bien no se puede decir que sus novelas y cuentos tengan un contenido político, la mirada que translucen no es ajena a su postura ideológica. En varias ocasiones dijo que si lo obligasen a definir con una sola palabra de qué tratan sus novelas, diría que tratan de familias, y si fuesen dos las palabras, diría que tratan de familias infelices. En una de sus obras mayores, aparecida hace unos pocos años, Una historia de amor y oscuridad, recorre novelándola su propia memoria familiar con el trasfondo de los primeros años de Israel, y lo hace con una conmovedora lucidez y ternura. Ya adulto, el escritor puede hacer las paces con el suicidio de su madre cuando él solo tenía doce años, con su padre, consigo mismo y con su mundo. Dice: "Aprendí a ver a mis padres como si fuesen mis hijos y a mis abuelos, como mis nietos, de modo que este es un libro sobre el amor, el humor y la piedad; no es un libro airado ni doloroso sino lleno de compasión".
Es la misma mirada con que observa el drama palestino israelí. Lo que lo mueve como activista y como escritor son las disputas entre dos familiares cuando ambos tienen toda la razón, y el suyo es un pacto intensamente judío con la vida, opuesto al fanatismo y a la inflexibilidad, sinónimos de muerte. Respecto de los colonos israelíes que sueñan con el "Gran Israel", Amos Oz dice que el sueño de ellos es su pesadilla, del mismo modo que su sueño es veneno para ellos. Este sueño suyo, opuesto a la fantasía religiosa de los colonos, es vivir en paz y en libertad, librándose de la ocupación de los territorios palestinos. "La solución –dice– es retomar el compromiso histórico entre palestinos e israelíes. Los palestinos reclaman su derecho sobre la tierra y tienen razón; los judíos israelíes, también. La solución es dividir la tierra en dos naciones: Israel y Palestina, que convivan en paz. Si me preguntan en cuánto tiempo, lo desconozco, pero tengo claro que no existe otra alternativa. Es necesario un ‘divorcio civilizado’ entre ambos pueblos, a la manera de Checoslovaquia, en dos Estados."
Amos Oz sostiene que la tragedia de israelíes y palestinos solo se puede resolver mediante un compromiso; nadie puede obtener el cien por ciento para sí. Ese espíritu de compromiso, compasión y ternura recorre también sus novelas. Y en sus ensayos se ríe de los intelectuales de izquierda que desprecian Hollywood, a los que no les gustan las simplificaciones americanas y, sin embargo, cuando se trata de Medio Oriente, quieren saber quiénes son los buenos y quiénes los malos, para abogar por los buenos y escupir a los malos, e irse a dormir tranquilos. Solo que la cuestión entre Israel y Palestina no es entre buenos y malos sino que se trata de un conflicto entre dos legítimos derechos, es decir que se trata de una tragedia. Y Amos Oz agrega: "Frente a las tragedias de Shakespeare, que terminan con el escenario lleno de sangre y la justicia tal vez prevalece, está Chejov: todo el mundo acaba triste, desilusionado, pero vivo. Yo y mis colegas de Paz Ahora no estamos buscando un final feliz para esta tragedia porque no puede haberlo; lo que buscamos es una solución chejoviana, un compromiso".
Al recibir en el 2004 el Premio Internacional Catalunya, fue entrevistado por Lluis Amiguet, y a su pregunta sobre la fe religiosa, Amos Oz respondió recordando un cuento suyo: "Un día paseando por Jerusalén me crucé –¿en qué otra ciudad del mundo podría encontrarlo?– con Dios. Lo invité a un café y hablamos como dos viejos amigos sobre lo divino y sobre lo humano y al final le dije: ‘Amigo Dios, siempre quise preguntarte cuál es la religión que más se acerca a ti: ¿el judaísmo, el cristianismo, el islamismo...?’ Y Dios me confesó de entrada que Él era poco religioso, y al final, acabó reconociendo: ‘Hijo mío, creo que incluso soy un poco ateo’. Y eso mismo es lo que yo creo: seguramente, Dios es ateo". Y, después de una larga pausa, relata Amiguet, Amos Oz añadió sonriendo: "El humor es el mejor antídoto contra el fanatismo".
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