El efecto Borat desnuda los prejuicios

Por Mario Diament


Borat, el animoso periodista de Kazakhstán que recorre Estados Unidos en procura de adquirir conocimientos culturales que puedan beneficiar a su gloriosa nación, está teniendo unos curiosos efectos sobre mucha gente. La hilarante creación del comediante británico Sacha Baron Cohen, que ya lleva recaudados más de 100 millones de dólares, no sólo se las ingenió para encolerizar al dictador kazako Nursultan Nazarbayev y mereció un llamado de atención de la Liga Judía de Antidifamación, sino que hasta provocó un par de juicios millonarios y ahora resulta responsable del prematuro fin del matrimonio de Pamela Anderson con el cantante Kid Rock. Por lo visto, Rock se indignó cuando Borat, hojeando una revista donde aparece la curvosa estrella de Baywatch , expresa la intención de "ganar entrada a la vagina" de Anderson. Decididamente, el rockero, de quien Borat dice "tiene un cerebro inversamente proporcional al tamaño de los pechos de su mujer", demostró alguna dificultad para separar la ficción de la realidad.

Es lo que, al parecer, le ha sucedido a mucha gente. En la película, Borat Sagdiyev, periodista de la televisión en un país que pretende ser Kazakhstán pero que es, en realidad, un país ficticio cuya principal fuente de recursos proviene de una cerveza fabricada a partir de orina de caballo fermentada, llega a Estados Unidos para hacer un documental sobre la vida norteamericana. Siguiendo la tradición de su país, Borat es un compendio de prejuicios que incluye a judíos, gitanos, negros, feministas y homosexuales. Sobre cada uno de ellos, tiene algo extremadamente insultante y escandaloso que decir. Pero el humor de la película resulta del hecho de que a lo largo de su aventura norteamericana, la gente que Borat encuentra y que participa entusiastamente de sus comentarios racistas y prejuiciosos es gente real, convencida de que está participando en un documental de la televisión kazaka. Cuando Borat menciona orgullosamente en una reunión con feministas que su hermana es la cuarta prostituta en importancia en Kazakhstán, cuando canta en un bar de Arizona "Tira al judío al pozo / y tendremos una gran fiesta" o cuando se burla de la forma de vestir de los negros, las reacciones son espontáneas y, en consecuencia, verdaderas.

Más que a quienes alude la sátira, estas provocaciones han indignado a algunos comentaristas conservadores que le reprochan a Cohen que asuma posturas elitistas. En The New York Times, David Brooks afirma que el humor de Borat constituye una forma de esnobismo, donde un grupo culturalmente privilegiado ridiculiza el comportamiento y la simpleza de la mayoría. "Cohen sabe que cuando uno le dice a una audiencia socialmente insegura que es superior al resto de sus conciudadanos, no hay necesidad de ser sutil", escribe. Y Charles Kruthammer, un columnista de The Washington Post, disputa la noción emergente de la película de que el antisemitismo está profundamente enraizado en la sociedad norteamericana. "Con el antisemitismo reemergiendo en Europa y rampante en el mundo islámico; con Irán buscando la suprema arma de genocidio y proclamando su intención de eliminar a la mayor comunidad judía del mundo (Israel); con los evangelistas cristianos de Estados Unidos convertidos en el único núcleo gentil del mundo dispuesto a defender a esa avanzada judía sitiada, ¿es acaso el corazón de los Estados Unidos el lugar donde ir a buscar la incubadora del antisemitismo", pregunta Kruthammer, obviamente convencido de lo contrario.

Cohen explicó que Borat funciona, básicamente, como una herramienta: "siendo él mismo antisemita, permite que la gente baje la guardia y exponga sus prejuicios, se trate de antisemitismo o de cualquier otra forma de prejuicio", dice. Borat piensa que lo más grave que revela la escena en el bar de Tucson es la indiferencia ante el antisemitismo, y para subrayarlo recuerda una frase de Ian Kershaw, historiador británico de la era nazi: "El camino a Auschwitz estuvo sembrado de indiferencia".