Por Cecilia Sosa
Hubo
un tiempo en que la comunidad judía en la Argentina tuvo su
propio star system: teatros llenos, galanes, divas, nombres
que movían multitudes, marquesinas de lujo, puestas porteñas
que viajaban a Europa y Nueva York, autores, obras originales y
clásicos... Todo en ídish (hasta Shakespeare). Ahora,
el libro Localidades agotadas recupera 105 de los carteles que
sobrevivieron al atentado a la AMIA y que hoy son piezas de colección
que encierran anécdotas, celebridades y hasta conexiones con
la mafia de aquella época de oro.
Otro de los géneros favoritos de la paisanada era la comedia de enredos. En el afiche de La noche alegre se aprecian muchos de sus iconos clásicos: personajes asomando por puertas entreabiertas, espejos traicioneros y guiños cómplices con el espectador. Las obras solían tener una mirada paródica sobre los temas clásicos de la comunidad, o qué más judío que El gaucho o El amor de una madre. Y la cercanía no era sólo temática: al término de la función, la charla entre público, director y actores se continuaba en los bares de la zona.
Difícil
no sucumbir ante el encantado mundo de mafiosos y prostitutas que
recrea El rufián moldavo, la novela de Edgardo
Cozarinsky que persigue las huellas de una misteriosa obra de teatro
idish por los confines del tiempo y la ciudad. Pero aun cuando el
escritor jura haberlo fabulado todo, o casi todo, la historia parece
conspirar a su favor. Ahora, una meticulosa investigación
visual viene a correr el velo tendido sobre aquella época no
tan lejana en la que la comunidad judía local llenaba las
míticas salas del Teatro Excelsior, el Ombú, el Mitre y
el Soleil (e incluso el Luna Park), para asistir a improbables
representaciones de obras clásicas de la literatura universal
o ignotas, cómicas o dramáticas, tiernas o
sulfurantemente pedagógicas –todas ellas habladas en ídish
(¡hasta Shakespeare!)–, donde se producía esa extraña
mezcla de asimilación y diferencia de la paisanada local.
Un equipo interdisciplinario con sede en la Fundación Iwo recuperó miles de carteles, sobrevivientes al atentado de la AMIA, y los acaba de publicar en el libro Localidades agotadas. En total, 105 pósters que iluminan ese increíble período teatral que va desde 1901 hasta 1940 y que constituyen una ventana única a sus divas y divos, su particular marca estética, sus traspiés ortográficos, su sorprendente profusión de géneros y hasta la conexión mafiosa que a principios de siglo ocultaban su marquesinas de brillante neón.
A pedido de Radar, la historiadora Silvia Hansman (archivista de la Fundación Iwo), la antropóloga Susana Skura y la diseñadora gráfica Gabriela Kogan, autoras de Localidades agotadas, repasaron afiches e hicieron una colorida e intensa selección.
15
de agosto de 1919, gran estreno gran: Venganza de indios,
“gran obra maestra del famoso literato J. Liachovitsky”, que en
su adaptación vernácula se conoció como La
princesa judía de la Patagonia. ¿El tema? Una
familia de inmigrantes judíos se instala en un puesto de la
Patagonia y es “recibida” por una tribu de tehuelches. ¡A
no perderse las osadas caracterizaciones de los indígenas! Por
las fastuosas joyas y ostentosos pectorales, los súbditos del
cacique Ñankuru parecen más incas que tehuelches o,
incluso, rabinos.
Divo total: Maurice Schwartz (1890-1960) nació en Ucrania, la cuna del teatro judío de Europa Oriental, y emigró a Estados Unidos en 1902, donde fundó el Yiddish Art Theatre de Nueva York. En el primer afiche se lo ve como el Profesor Sheling en el mítico Teatro Soleil. Divo de divos, en los carteles no hacía falta poner el título de la obra, su sola imagen alcanzaba para llenar las salas. Un fuego.
© La Nación