Carta de un caminante: Raíces y la sociedad civil judía
Estimado lector:
Se cumple en esta primavera de 2011 el veinticinco aniversario del nacimiento de Raíces Revista judía de Cultura, una revista cultural española que tras veinticinco años de existencia continúa su andadura.
Iniciamos el camino Horacio Kohan, Esther Gordon, Liliana Kohan, Uriel Macías, Manuel Aguilar, Arnoldo Liberman, Jacob Hassan z.l. y yo mismo. Pronto Esther nos dejó, incorporándose Abrasha Rotenberg al Consejo de Redacción.
Éramos un grupo de judíos ilustrados (la palabra intelectuales resulta demasiado pedante), de diferentes orígenes, asquenazíes y sefardíes, argentinos e hispano-marroquíes, en torno a un proyecto cultural novedoso: editar una revista judía de cultura para todos aquellos que se interesan en el tema judío. Es decir, una revista abierta e integradora hacia todo lo judío, de cualquier idea y de cualquier forma de expresión, con especial hincapié en lo judío español.
A lo largo de la andadura de la revista, numerosos lectores consideraron que habíamos conseguido esa meta. En una “Carta del Director”, publiqué dos retazos de cartas de dos buenos lectores en el mismo sentido.
Una procedía de Francia, de Danielle Rozenberg, investigadora del Centre Nationale de la Recherche Scientifique de París: “Je lis toujours avec beaucoup d'interêt Raíces don la qualité et l'obstination de son équipe à aborder le judaisme et la judeité en refusant tout enfermement suscitent respect et envie (nous n'avons rien d'équivalent en France)” [Leo siempre con mucho interés Raíces, cuya calidad y la obstinación de su equipo en abordar el judaísmo y la judeidad rehusando todo encerramiento suscitan respeto y envidia (no tenemos nada equivalente en Francia)].
La otra carta venía de José Mª Amigo Zamorano, director de la revista Caminar conociendo: “El patriotismo de los judíos españoles, al menos de lo que se puede intuir leyendo Raíces, es claro para mí: regreso a Sefarad, a las raíces, a la patria soterrada, añorada durante siglos; y vuelta también a los hombres que se quedaron, que pudieron quedarse ‘en el huerto florido, en la vieja heredad acorralada’: Cansinos Assens, León Felipe, Max Aub… y que siguieron laborando, a pesar de los pesares, salvo cortos y sangrantes episodios… Puede que algunos como yo, se sientan identificados con esta patria o matria que esbozo y que se me trasluce de la línea de Raíces. Revista que no tiene pelos en la lengua, muchas veces, y le canta las cuarenta, o las cincuenta, a más de uno: Ésta es mi patria o matria que había perdido, ahora ensanchada con nuevos brazos, con nuevos hermanos, desconocidos para mí, y que han vuelto a ella y me invita a un trago de su vino añejo…”.
Sin embargo, además de este significativo papel, Raíces tenía y tiene otro significante, que hoy, a la luz de mi experiencia como directivo comunitario, me resulta evidente: formaba y forma parte de la creación de una sociedad civil judía.
Del mismo modo que el desarrollo democrático no es posible sin la existencia de una sociedad civil, la minoría judía no puede desarrollarse armónicamente sin la creación de una sociedad civil judía.
En 1933, un filósofo judío, Samuel Hugo Bergman, hacía una reflexión sobre la escasa presencia de los intelectuales en la sociedad judía alemana: “Mientras los judíos daban a Alemania docenas de filósofos eminentes, la vida judía estaba carente de esos fundamentos filosóficos sin los cuales no puede alcanzar nada la religión, ni la política, ni ninguna otra rama de la vida. Mientras aportábamos aquí tantos dones brillantes, nuestra propia existencia espiritual se hacía pobre, estrecha, anémica. El gran problema de los cincuenta años por venir es saber si podemos hacer un sitio a nuestros grandes talentos en nuestra propia vida.”
Este párrafo de 1933 sigue siendo enteramente válido. La sociedad judía diaspórica establecida es una sociedad en gran medida privatizada y patrimonializada por un conjunto de notables que a menudo suelen tener menos capacidad que ambición. Personalismos de visiones cortas y posiciones dogmáticas preestablecidas han desembocado en una población desinteresada del manejo de lo comunitario. Haciéndose eco de esta situación, alguien escribió, en una afortunada frase, que la alargada sombra de los pequeños hombres muestra que el sol se está poniendo.
Pero el sol de una cultura y de una sociedad no se pone si sus miembros hacen lo posible para evitarlo. Y se puede luchar contra la privatización y la patrimonialización del judaísmo creando una sociedad civil judía que haga un sitio en nuestra sociedad a nuestros talentos: artistas, escritores, músicos, pensadores, deportistas…, todos los que pueden contribuir a que nos constituyamos como una minoría con atractivo para la pertenencia y la continuidad, culta, heredera de una tradición ética y religiosa varias veces milenaria.
En este sentido, la revista Raíces se constituyó en su momento como la iniciadora de esa “sociedad civil judía”. A ella seguirían otras organizaciones, como la extinta asociación Hebraica Madrid, la Fundación Spinoza, la Librería-Editorial Hebraica, el Festival de Cine Judío, Maccabi España, la Fundación Violeta Friedman, etcétera. Es decir, un conjunto de instituciones creadas por judíos españoles para dar espacio a nuestros mejores talentos.
Veinticinco años después de su primer número, ya con una cierta visión histórica, he creído importante resaltar lo que la revista representó y representa en la vida judía del país.
Jacobo Israel Garzón. Presidente de la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE). Director de Raíces entre 1994 y 2005.
|