Publicado en Raíces Nº45 (invierno 2000-2001),
pág. 48
Sobre Masa y Poder, de Elías Canetti
Por Sultana Wahnón
A
Elías Canetti lo conocemos, sobre todo, por su obra narrativa y, más
en concreto, por esa gran novela que es Auto de fe y por esa magnífica
autobiografía novelada en tres volúmenes que, en 1981, lo hicieron
merecedor, junto a sus obras de teatro, del Premio Nobel de Literatura. Pero
hay otra parte menos conocida de su obra, que es la integrada por ensayos tan
valiosos como El otro proceso de Kafka -dedicado al narrador contemporáneo
que más admiró- y como, especialmente, el titulado Masa y poder,
que acaba de conocer una nueva edición en español y al que voy
a dedicar estas páginas. Masa y poder fue considerada por Canetti
su obra magna, y desde luego a ninguna otra dedicó tantos años
de trabajo e investigación como a ésta: nada menos que treinta
y cinco años transcurrieron desde que la concibió, en 1925, hasta
que la publicó por fin en 1960. A pesar de la alta valoración
en que la tuvo su autor, ha sido hasta ahora un libro poco leído y poco
analizado fuera de la cultura en lengua alemana. Su mismo título es,
a pesar de ello, un indicativo más que suficiente del interés
que, para el lector actual y en este preciso momento, puede tener su lectura.
Canetti dejó relatado en su autobiografía (en el volumen La
antorcha al oído) el origen de este libro. Y, según se cuenta
allí, habrían sido dos los acontecimientos que contribuyeron a
su nacimiento: uno libresco y otro vivencial o biográfico. El primero
ocurrió en 1925, cuando el autor tenía apenas veinte años,
y consistió en el encuentro con un libro que Freud había publicado
cuatro años antes, Psicología de las masas. La reacción
del joven Canetti hacia este libro de Freud fue de rechazo: a decir del propio
Canetti, la Psicología de las masas le habría causado,
nada más empezar a leerlo, "desde la primera palabra", una "desagradable"
impresión. Y habría sido precisamente este sentimiento de desagrado
hacia la teoría freudiana de la masa el que le habría obligado
a tratar de pensar por su cuenta sobre este importante fenómeno de la
vida moderna, de manera que podría decirse que Masa y poder -un
libro en el que nunca se cita a Freud- es, a pesar de esto, un libro que se
escribe a partir de -e incluso contra- la teoría freudiana de la masa.
Esto es lo que lo convierte ya de entrada en un libro de obligada consulta.
El otro acontecimiento que habría estado en el origen del libro fue
ya biográfico y ocurrió tan sólo dos años después
de que Canetti leyera la Psicología de las masas, cuando se encontraba
trabajando en su tesis doctoral en el Instituto de Química de Viena.
La mañana del 15 de julio de 1927 Canetti leyó en un periódico
nacional un titular en grandes letras que le pareció escandaloso. El
titular, que decía "Una sentencia justa", se refería a la absolución
sin cargos de los autores de unos tiroteos a resultas de los cuales habían
muerto varios obreros. El hecho no le indignó sólo a él,
sino que provocó una irritación terrible en el pueblo de Viena,
que, de repente, desde todos los barrios de la ciudad, empezó a dirigirse
en filas cerradas hacia el Palacio de Justicia. Canetti se unió a esas
filas y participó, por tanto, en la rebelión ciudadana que había
de culminar en el incendio del Palacio de Justicia, donde ardieron todas las
actas (imagen que, a decir del autor, le inspiró el tema de Auto de
fe), y en la represión policial que arrojó un saldo de noventa
muertos entre los manifestantes.
Canetti concedía una enorme importancia al hecho de haber vivido esta
experiencia de masa en 1927. Creyó siempre que la diferencia entre su
teoría de la masa y la de Freud residía, precisamente, en el hecho
de que éste no hubiera vivido nunca de cerca el fenómeno, de que
se hubiera limitado a estudiarlo con métodos de laboratorio, científicamente,
como si la masa -decía Canetti- fuera un virus. A diferencia de Freud,
Canetti habría tratado de abordar el tema no sólo analítica
y científicamente, sino sobre todo vivencialmente. En Masa y poder
el fenómeno se nos aparece desde una perspectiva casi hermenéutica,
comprendido por un espectador (Canetti) que, sin implicarse del todo
en el fenómeno pero participando de él, lo describe desde luego
objetivamente, pero en términos de experiencia. Lo que importa es que,
al estudiarse desde otra perspectiva y con métodos diferentes, la masa,
vista por Canetti, acaba siendo una masa muy poco parecida a la que conocemos
a través de Freud.
La principal diferencia entre las teorías de Freud y de Canetti es
la que concierne al carácter libidinal de los fenómenos de masa.
En Masa y poder Canetti no se opuso explícitamente al que era,
sin duda, el núcleo de la teoría freudiana, pero, al vincular
la masa no al Eros, sino al Poder, lo negó sin siquiera mencionarlo -cosa
que sí haría, en cambio, en su autobiografía, donde se
enfrentó ya abiertamente con este aspecto de la teoría de Freud.
Sin embargo, la diferencia que voy a desarrollar aquí no es ésta
(que concierne más al otro gran tema del libro, el del Poder), sino la
que se refiere a la visión exclusivamente negativa que Freud tenía
del comportamiento de masa, en el sentido de considerarlo un fenómeno
de regresión a un estadio primitivo de la especie humana, una especie
de arcaísmo. Vinculándola directamente a lo que ya en una obra
anterior -Tótem y tabú- había llamado la horda
primitiva, Freud describió a la masa en su Psicología de
las masas como el grupo de hombres sometidos "al dominio absoluto de un
poderoso macho". Para el fundador del psicoanálisis, toda masa no era,
pues, sino la resurrección de la horda primitiva. Ya en su autobiografía,
y en ese explícito ajuste de cuentas con Freud al que nos venimos refiriendo,
Canetti llegaría a decir que, si Freud concibió así la
masa, fue porque se basó sólo en ese tipo de muchedumbres que
pudo ver en las calles de Viena en los momentos previos al estallido de la I
Guerra Mundial: esas masas belicistas y germanófilas que tan parecidas
se nos revelan a las que años después protagonizarían también
los acontecimientos de la II Guerra. Para Freud, sólo habría existido
-según Canetti- un tipo de masa: la masa agresiva, que sale a la calle
con intenciones hostiles hacia un grupo de seres humanos.
Lo
que Canetti hizo en Masa y poder fue, precisamente, corregir esta deficiencia
de la teoría freudiana, elaborando una clasificación de tipos
de masa, que es sin lugar a dudas una de las grandes aportaciones del original
ensayo. Las páginas que siguen tratarán de dar cuenta de algunos
aspectos de esta clasificación, haciendo especial hincapié en
aquellos que acaban revelándose pertinentes en lo que se refiere al concepto
que Canetti tenía del fenómeno religioso. Dada la riqueza y complejidad
de las tesis contenidas en Masa y poder, el lector debe entender que
se trata aquí tan sólo de ofrecer una lectura inevitablemente
parcial y selectiva de aquello que en este libro tiene relación con estos
dos hechos: comportamientos de masa y religiones. Se dejan de lado las no menos
interesantes reflexiones de Canetti sobre el Poder, así como aquellos
temas que, aunque relacionados con la masa, no tendrían relación
con el tema de la religión.
Pese a cuanto se lleva dicho sobre la polémica de Canetti con Freud,
lo cierto es que Masa y poder tiene muchos rasgos de los que consideramos
propios del pensamiento freudiano. Por ejemplo, también Canetti, al igual
que Freud, trata de hacer una arqueología de la masa, es decir,
de definir la masa a partir de su prehistoria, de sus orígenes en el
pasado más remoto. Ahora bien, su arqueología de la masa no localizaría
el origen de la misma en la horda primitiva, sino en algo que se le parecería
mucho, aunque no sería exactamente igual: lo que el autor llamó
la muta, un grupo humano primitivo de diez o veinte personas. Lo que
diferenciaría a esta muta de Canetti de la más conocida horda
freudiana iría implícito en el término elegido para designarla.
El término muta procede del francés meute, que actualmente
sólo significa "jauría" (grupo de perros cazadores), pero que
en francés antiguo conservaba todavía la acepción del étimo
latino movita, con el significado de "alzamiento" o "levantamiento" que
hoy tendría la palabra motín. Serían estas dos acepciones
las que Canetti habría querido conservar en la palabra elegida, que reuniría
en sí el factor humano de la palabra motín y el factor
animal de la palabra jauría. De este modo quiso el autor evitar
la unilateralidad de la teoría que vincula la masa sólo a la agresividad
animal de la jauría y sustituirla por otra más compleja y dialéctica
en la que la muta (o su sucesora, la masa) no se movería sólo
por la finalidad cazadora de la jauría, sino también por la finalidad
subversiva del motín.
Empecemos por el factor animal de la jauría, el más freudiano.
Canetti no niega, en efecto, que el origen del comportamiento de masa sea, en
primer lugar, la caza. Esos grupos de diez o veinte hombres que integraban la
muta primitiva se comportaban casi exactamente igual que lo hacían las
especies animales con las que estaba acostumbrado a tratar, y, por tanto, la
más antigua y limitada forma de muta, la de caza, debería su aparición
entre los hombres "a un modelo animal: a la manada de animales que cazan juntos".
Por otro lado, todavía en la actualidad existirían comportamientos
de masa directamente emparentados con este tipo de muta de caza. Dentro de su
original clasificación de tipos de masa, Canetti habla en concreto de
dos que serían de esta clase agresiva u hostil: la masa de acoso
y la masa de guerra. Tanto en una como en otra se reproduciría
lo esencial del comportamiento de la muta más antigua, de esa muta primigenia
que sería la de caza. En la llamada masa de acoso lo único que
cambiaría sería que la presa, en lugar de ser animal, sería
humana: por lo demás, tanto en esencia como en funcionamiento, muta de
caza y masa de acoso serían prácticamente una misma cosa, como
lo demostraría el enorme parecido que existe entre las vívidas
descripciones que Canetti hace de las dos. Si la muta de caza se describe concentrada
en la presa, excitada por la sed de sangre, frenética en el momento de
la caza, repentinamente silenciosa ante la víctima caída, respetuosa
en el reparto de la carne según reglas establecidas, la masa de acoso
es descrita por Canetti en estos términos: "Sale a matar y sabe a quién
quiere matar. Con una decisión sin parangón avanza hacia la meta;
es imposible privarla de ella. Basta dar a conocer tal meta, basta comunicar
quién debe morir, para que la masa se forme. La concentración
para matar es de índole particular y no hay ninguna que la supere en
intensidad. Cada cual quiere participar en ella, cada cual golpea. Para poder
asestar su golpe, cada cual se abre paso hasta las proximidades inmediatas de
la víctima. (...). La víctima nada puede hacer. Huye o perece.
No puede golpear, en su impotencia es tan sólo víctima".
Por su parte, la llamada masa de guerra también tendría su precedente
más remoto en la muta de caza, aunque el más directo sería
el de la llamada muta de guerra. Tanto la masa de guerra como su más
directa predecesora, la muta de guerra, serían fenómenos de doble
masa: lo que cambia aquí con respecto a la muta de caza es que no se
trata ya de un grupo frente a una víctima, sino de dos grupos que tendrían
exactamente la misma y enfrentada intención uno respecto del otro. Los
grupos no serían nunca muy diferentes entre sí, y, de hecho, en
las formas primitivas de la guerra, tal como se deduce de los relatos de pueblos
primitivos que Canetti selecciona, los dos grupos se parecían tanto que
les era difícil distinguirse entre sí. Los dos tenían la
misma manera de abalanzarse unos sobre otros, su armamento era más o
menos idéntico, los dos lanzaban el mismo tipo de salvajes y amenazadores
gritos. Sólo esta imposibilidad de distinguir al enemigo habría
cambiado en las actuales masas de guerra, que por lo demás serían
esencialmente idénticas a su ancestro, la muta de guerra. Lo más
característico del fenómeno de doble masa en que consiste la masa
de guerra residiría en que lo masivo concierne aquí no sólo
a los que matan, sino también a los que son muertos, que mueren a montones,
pues sería la muerte misma la que, en la guerra, se transformaría
en fenómeno de masa: "Hay que acabar con la mayor cantidad posible de
enemigos; la peligrosa masa de adversarios vivos ha de convertirse en un montón
de muertos. Vence el que mata a más enemigos".
Tanto la masa de acoso como la de guerra serían, pues, ejemplos de
esa pervivencia de lo arcaico en las formas actuales de vida que Freud interpretaba
en términos de regresión. Canetti, que escribe Masa y poder
no como un ensayo sobre el nazismo, pero sí teniéndolo siempre
presente, no habría dudado en identificar este tipo de masas, las de
acoso y las de guerra, como las propiamente características del régimen
hitleriano. Aun cuando el nombre y la personalidad de Hitler sólo aparecen
mencionadas de pasada dos o tres veces a lo largo de todo el libro, hay muchos
indicios que nos permiten suponer que, en buena parte, Masa y poder es
un intento de esclarecer la índole de los acontecimientos de masa propios
del nazismo, diferenciándolos de otros comportamientos de masa que, como
el vivido por el propio Canetti el 15 de julio de 1927, no tendrían un
parentesco directo con la muta de caza.
Lo que Canetti tenía claro, desde luego, es que la experiencia de masa
que él mismo vivió aquel 15 de julio en que ardió el Palacio
de Justicia no era susceptible de ser integrada en ninguna de las dos categorías
de masa mencionadas. Tal como Canetti podía recordar su vivencia personal
de masa, las riadas de personas que confluyeron en el Palacio de Justicia no
se concentraron allí ni para dar muerte a una víctima ni para
enfrentarse a un grupo de enemigos armados. Tenía que tratarse, entonces,
de otro tipo de masa. Lo más cerca que habría estado Freud de
reconocer la existencia de esta otra clase de masa habría sido ese momento
de la Psicología de las masas en que escribió que "bajo
la influencia de la sugestión, las masas son también capaces del
desinterés y del sacrificio por un ideal". Pero, para Canetti, que también
en esto habría discrepado con Freud, no se trataría de un fenómeno
de sugestión, inducido por la figura de un líder poderoso, ni
menos aún de una cuestión de desinterés o sacrificio por
un ideal, sino de algo tan interesado y tan poco abnegado, pero a la vez tan
comprensible, como lo que él llama inversión. En los capítulos
de Masa y poder que Canetti dedica al tema del Poder, se llama así
al proceso por el que los sometidos a un sistema de órdenes o de poder
pueden, llegado el caso, tratar de invertir la situación, rebelándose
contra los que sentirían como sus opresores.
Lo que Canetti llama masa de inversión presupone siempre la existencia
de relaciones de poder entre grupos humanos y, por tanto, una organización
social compleja. Para que se dé una masa de inversión, es necesario
que exista una sociedad estratificada o jerarquizada, en la que uno o varios
grupos estén sometidos a otro u otros grupos. La masa de inversión
resulta del levantamiento o amotinamiento de los grupos inferiores contra los
superiores: esclavos contra señores, soldados contra oficiales, negros
contra blancos, pueblo contra gobierno, etc. Y, aunque su finalidad no sea el
exterminio de otros, este tipo de masa no carecería de agresividad. Tendría
la propiamente suya, pues para invertir sería siempre necesario agredir
y destruir, y tendría, además, la que le proporcionaría
la formación de otras clases de masa en su interior: así, en muchas
situaciones revolucionarias se daría caza a hombres singulares y se los
mataría, bien en forma de tribunal, bien incluso sin juicio previo.
En realidad, la masa de inversión, en la forma en que Canetti la describe
(y en la forma en que él mismo la vivió), sería un fenómeno
propiamente moderno. Pero, si hubiera que buscarle precedentes en hechos parecidos
(aunque no exactamente iguales), éstos no se encontrarían en la
prehistoria, sino en la Antigüedad y siempre vinculados a fenómenos
religiosos. Esto es lo que hace Canetti en Masa y poder, dando lugar
a otra de las tesis más originales del ensayo, que resulta ser así
también de interés para la teoría de las religiones. Las
religiones, concebidas por Canetti como fenómenos de masa, tendrían
al menos en parte un parentesco con las modernas masas de inversión,
aun cuando en su caso se trataría de masas lentas de inversión.
Así ocurriría, por ejemplo, en el caso de los hechos narrados
en el Éxodo bíblico. Aquí, una masa de esclavos que había
llegado a ser tan numerosa como la arena del mar -de 600 a 700 mil personas-,
se liberó de 430 años de sometimiento al poder egipcio, emprendiendo
la larga travesía de cuarenta años por el desierto que había
de conducirla a la Tierra Prometida, al reino de justicia presidido por la Ley
de Moisés. Masa de inversión, diríamos, pero masa lenta,
puesto que los judíos dejaron de ser esclavos en Egipto, pero la inversión
que debía convertirlos en dueños de sí mismos no se realizó
allí mismo, en Egipto, sino que se pospuso a otro momento y otro lugar.
En el Éxodo judío la inversión es, desde luego, la meta,
pero es una meta lejana: se convierte en promesa de la tierra, en Tierra Prometida.
Pero la meta -dice Canetti- puede también situarse fuera de la tierra,
en un más allá aún más lejano que la postergada
Tierra Prometida, el más allá del Cristianismo: "Los últimos
serán los primeros en el reino de los cielos", promesa de inversión
postergada a otra vida no terrenal. Canetti advierte que en los dos casos, el
judío y el cristiano, lo que mantendría unida a la masa creyente
en su camino lento y largo hacia la meta sería la esperanza. No obstante,
por tratarse de una promesa terrenal, la meta judía sería en su
opinión mucho más vulnerable que la cristiana: una vez alcanzada,
la tierra prometida puede ser -como de hecho lo fue- ocupada y devastada por
enemigos, y los judíos pueden verse obligados una y otra vez a desalojarla.
En cambio, la meta cristiana, al estar situada en el más allá,
en el reino de los cielos, viviría sólo de la fe y nadie podría
negarle ni reprocharle nada. Para el creyente cristiano, la inversión
estaría plenamente garantizada: en el otro mundo volverá a vivir
y aquel que fue aquí el más pobre y el que no hizo nada malo,
será el que más valor tendrá allí, en la otra vida.
Y nadie podría objetarle nada a este invisible reino de justicia por
la misma razón de que nadie lo ve en su realización.
Ahora bien, la misma terrenalidad que haría a la meta judía
mucho más vulnerable que la cristiana sería también la
que la haría, a juicio igualmente de Canetti, una meta más renovable.
La masa judía puede una y otra vez revivir el Éxodo, migrando
en busca de la Tierra Prometida, en otro lugar, en otro momento. Aplazada siempre
en una historia de continuas migraciones y continuas decepciones, la vulnerabilidad
de la meta no amenazaría seriamente la integración en unidad de
un pueblo vinculado por el deseo insatisfecho de un reino de justicia en la
Tierra. En cambio, la meta cristiana, porque sólo viviría de la
fe en la vida eterna, sería también una meta menos renovable:
basta con que esa fe se pierda, con que no se crea ya en el reino de los cielos,
para que la inversión parezca un imposible y la masa que permanecía
unida en torno a esa creencia se descomponga y desintegre. Desde esta perspectiva,
no sería entonces casual que, justo en el momento en que esa fe en el
más allá empezó a descomponerse en la sociedad occidental,
la masa lenta del Cristianismo dejara paso a la moderna masa de inversión,
a la masa rápida de las revoluciones políticas, cuya meta sería
tan terrenal como la del judaísmo, pero que, a diferencia de ella, no
toleraría postergaciones y exigiría ya la inmediata y perfecta
realización del prometido reino de justicia.
Se notará que esta explicación del fenómeno religioso
como único precedente de la moderna masa de inversión, y por ello
como proceso de aplazamiento sine die de la meta de inversión,
guarda un notable parecido con la teoría marxista de la religión
como opio del pueblo. Y, de hecho, no son pocas las veces en las que Canetti
alude a la domesticación de las masas como uno de los objetivos de las
antiguas religiones -en especial, del catolicismo. Lo que, pese a esto, diferenciaría
la teoría de Canetti de la marxista es que en Masa y poder las
religiones no se explican sólo en función de este factor de domesticación
de las masas sometidas. Junto a él se darían en todas las religiones
-aunque diferirían entre sí, dependiendo de la religión
de que se trate- otros factores o componentes que, en parte, explicarían
la moderna pervivencia de las religiones y que estarían estrechamente
relacionados con otros comportamientos de masa cuya meta no sería ya
la inversión.
Esto es lo que sucedería, por ejemplo, con el Islam, definido por Canetti
como religión de guerra. La imagen del mundo dividido en dos grandes
bloques o masas antagónicas -la de los fieles y la de los infieles- que
se combatirían siempre y recíprocamente en la guerra santa, hasta
llegar todavía separadas al Juicio Final, no tendría, en efecto,
nada que ver con la meta de inversión, sino que se parecería mucho
más a la meta exterminadora de las masas de guerra. Esto no quiere decir,
sin embargo, que el Islam sea sólo esto: Canetti nos advierte de que
en él existe también una promesa de paraíso, así
como un fenómeno de masa lenta y pacífica que es la que protagoniza
cada año la peregrinación a La Meca. Se trataría, con todo,
en este caso de una meta en estado puro, ya que lo que se quiere cuando se peregrina
a La Meca es sólo llegar allí, haber estado allí. No se
quiere nada más, y por eso, una vez alcanzada la meta, el musulmán
retornaría a la vida cotidiana con sus deberes y sus derechos sagrados.
En el Cristianismo, además de la promesa de inversión en el
más allá, lo que mantendría unida a la masa -incluso cuando
la fe en el más allá ha desaparecido- sería lo que Canetti
llama la lamentación. Las religiones del lamento, como el Cristianismo
o como la religión de la secta de los síies, sí tendrían
un precedente primitivo en las mutas primitivas, en concreto en las que Canetti
llama mutas de lamentación. Además de para la caza y para
la guerra, y a veces justo después de ellas o a consecuencia de ellas,
las sociedades primitivas se reunían en masa para el lamento por los
muertos, constituyéndose así en muta de lamentación. Los
ritos y los comportamientos propios de esta clase de mutas habrían pasado
directamente a formar parte de los rituales de las grandes religiones del lamento,
las cuales se formarían siempre alrededor de la leyenda de un hombre
o un dios que pereció injustamente. En todas las religiones del lamento
ese hombre habría muerto a consecuencia de una persecución, de
una caza o de un acoso, que siempre se representa con todo detalle. En torno
a la víctima se constituye primera una pequeña muta de lamentación,
integrada por familiares y amigos, que se niegan a entregar el muerto, que no
reconocen su muerte -puesto que, precisamente, él, por ser el mejor de
todos, el salvador, no debería de haber muerto-, para luego abrirse a
una masa que crecería irreprimiblemente en el culto al muerto, cuya pasión
se representaría una y otra vez.
A decir de Canetti, el atractivo de estas religiones del lamento residiría
en su capacidad expiatoria y redentora. Y esto en el siguiente sentido. Puesto
que, para Canetti -que también en esto se nos revela más freudiano
de lo que él mismo habría admitido- los seres humanos no serían
criaturas pacíficas incapaces de hacer daño a una mosca, puesto
que no vivirían dedicados a comer hierba, dejando vivir en paz a los
demás, puesto que, por el contrario, vivirían en cierto modo como
perseguidores, la humanidad en su conjunto experimentaría un profundo
sentimiento de culpa, aunado a un enorme temor a ser tratado de la misma manera
por otros. La culpa y el miedo irían creciendo irresistiblemente en el
interior de cada persona, y por eso, al adherirse a una víctima que padeció
y sufrió persecución y muerte, al ponerse de parte de los perseguidos
y de las víctimas, se redimiría en parte de su propia culpa. Esto
explicaría que, incluso cuando la fe en el más allá se
ha reducido considerablemente, el Cristianismo siga perviviendo como religión
del lamento. Centrada en la figura de Cristo como víctima, perviviría
-pronosticó Canetti-, en tanto que los seres humanos no consiguieran
renunciar a matar en mutas. Las religiones de lamentación serían,
pues, imprescindibles para la economía espiritual de los seres humanos,
tal y como éstos son y actúan todavía hoy.
A pesar de sus polémicas con Freud, Canetti habría heredado
de él (y de su admirado Kafka) la capacidad de mirar de frente los aspectos
más crueles de la vida humana, sin dejarse llevar por el placer de las
sublimaciones estéticas de la realidad. Ni tan siquiera debe creerse
que su concepción del judaísmo como religión de inversión,
por ideal que pueda parecer a primera vista, esté desprovista de sentido
crítico. Canetti fue consciente de que la esperanza judía no habría
sido, como no podría serlo ninguna meta de inversión, ajena a
la agresividad. Ciertamente, el retrato del judaísmo como religión
de promesa es mucho más atractivo que el del Islam como religión
de guerra, e incluso que el del Cristianismo como religión del lamento,
pero no creo que de esto deba deducirse la imagen de una inevitable parcialidad
judía. Lo que Canetti hizo fue trazar a grandes rasgos, en un libro que
no es de teoría de las religiones, las que él creyó que
eran las ideas dominantes (los mitos centrales) de cada una de las grandes religiones
monoteístas. Es mucho más útil y quizás más
justo para con el creador considerarlas direcciones de sentido en las que habría
que seguir avanzando, que creerlas definiciones cerradas, últimas y monolíticas
de las religiones con respecto a las cuales sería obligado pronunciarse.
En cualquier caso, si se albergan dudas sobre la objetividad de Canetti para
con el judaísmo, no hay más que leer algunos de los capítulos
-sabrosos y despiadados- que, en su genial autobiografía, versan sobre
su relación con el judaísmo y con su familia. Se comprenderá
entonces que, como él mismo dice allí, de todo lo que sería
el judaísmo Canetti sólo conservó una cosa, el precepto
bíblico "No matarás", al que precisamente Masa y poder
estaría dedicado por entero.